sábado, 9 de marzo de 2013

La definitiva influencia del divismo de Charles Boyer en la carrera del mejor director de la historia del cine


Hablar de genialidad en cualquier disciplina es un asunto peliagudo. En cierta ocasión a Woody Allen se le adjetivó como al de lámpara. Durante una entrevista. Quizá fuera la promoción de una película. El director de Manhattan replicó con su usual agudeza: "Entonces, ¿cómo nos referimos a Mozart o Shakespeare?"

Ahora bien, si Billy Wilder no es un genio del cine, Mia Farrow adora a Woody.

Una circunstancia parecida relaciona a estos dos maestros del arte de escribir películas. Ambos eran guionistas que comenzaron a dirigir por cómo algunos directores de la industria se empeñaban en desaprovechar sus respectivos talentos. Woody Allen tomó la determinación de ponerse detrás de las cámaras después de comprobar con pavor como Clive Donner deformaba su buen guión y, además, desaprovechaba a actores de la talla de Peter Sellers, Peter O'Toole o Romy Schneider en la  aparatosa comedia What's new, pussycat? (1965). Después de esta mala experiencia, Woody Allen comenzó a dirigir sus propios guiones. Para bien de la inteligencia, la sensatez y la Humanidad, en general.

La pregunta que se plantea es la siguiente: ¿cómo comenzó Billy Wilder a dirigir películas?

El joven Wilder ejerció de periodista durante un tiempo. Era un periodista aplicado. Fue echado casi a empujones de la casa del eminente Sigmund Freud por el propio Freud en su intento por entrevistar a una de las personas que más ha hecho por los divanes a lo largo de los tiempos. Wilder incluso ejerció de gigoló durante un tiempo en pos de su labor periodística. Mitad vocación profesional, mitad vocación lúdica; añado yo.

En el 26 se asentó en Berlin y tras un tiempo ejerciendo el periodismo, se aburrió. Sopesó dar rienda a su desmesurada imaginación y talento a la hora de escribir. Como medio, eligió el cine. Se introdujo en la creciente industria cinematográfica alemana y empezó a escribir guiones de manera casi industrial. Pronto se convirtió en un escritor acreditado y, por tanto, solicitado. La revelación de las verdaderas intenciones de uno de los genocidas racistas bigotudos más persistentes de los que se tiene constancia forzó a Wilder a trasladarse a Francia y, posteriormente a Estados Unidos. La dorada California recibió a Wilder con agrado. En Los Angeles Billy Wilder se unió al grupo de refugiados europeos que harían de Hollywood la industria de sueños por excelencia.

NB: respecto a la última aseveración, Wilder se unía a los Hitchcock, Chaplin, Lubitsch, Lang, Capra, etcétera. Todos europeos, o al menos con ascendente. Junto a los yankees Hawks, Ford o Mankiewicz sublimaron el arte de hacer películas.

Asentado en Estados Unidos, el otrora periodista inicio sus colaboraciones en Hollywood entre las que destacan sobremanera las que realizó con su maestro Ernst Lubitsch. Durante 60 años Wilder siempre se preguntó "¿cómo lo haría Lubitsch?" deslumbrado por el talento fulgurante del maestro de la comedia sofisticada en particular, de hacer reír a través de la brillantez y la sutileza en general. Dos películas hizo Wilder con Lubitsch: La octava mujer de Barba Azul (1938) con el referente de Tony Soprano, Gary Cooper, y Claudette Colbertt y Ninotchka (1939) con Greta Garbo y el galán Melvyn Douglas. Comprobarán por la talla de los actores que Lubitsch no realizaba películas menores precisamente.

Billy Wilder también colaboró con otros directores - también destacables - como Mitchell Leisen. Precisamente gracias a uno de los divismos de un actor de Si no amaneciera (1941) - película dirigida por Leisen, con guión de Wilder - podemos disfrutar de títulos con el Directed by Billy Wilder en los créditos de inicio. Esta es la anécdota que años después Wilder contó a Cameron Crowe y que está reflejada en mi Biblia particular: Conversaciones con Billy Wilder.

A estas alturas conviene indicar que de forma oficiosa, Wilder dirigió una película en Francia: Mala semilla (1934), pero lo consideraremos experimento.

El, en ese momento, guionista austriaco siempre realizaba sus trabajos a cuatro manos con un colaborador de confianza. Ya fuera en los 30, 40, 50, 60, 70 u 80. Desde el Cervantes de la novela negra, Raymond Chandler, hasta su media naranja delante de una Olivetti, I.A.L. Diamond, pasando por Charles Brackett. Precisamente con Brackett escribió el guión de Si no amaneciera. Un seductor europeo, o un gigoló - ya saben, se escribe de lo que se sabe -, se casa con una naif maestra de escuela norteamericana para poder residir en Estados Unidos. La escena que propició la decisión de Wilder era interesante. El gigoló interpretado por Charles Boyer - de moda en aquel momento por protagonizar prodigiosamente con Irene Dunne Tú y yo (1939), de Leo McCarey - se encontraba en un hotel al otro lado de la frontera. En México. No puede entrar en Estados Unidos. Su situación es desesperante. Tendido en la cama, observa a una cucaracha que sube por la pared intentando llegar a un espejo sucio y desvencijado. Boyer tenía que imitar a un guardia fronterizo y evitar que la cucaracha avanzara a su destino. Estas son las líneas que Wilder y Brackett escribieron para Boyer en esa escena: 

(Con tono oficial) "Eh, ¿dónde va? ¿Qué hace?  ¿Tiene visado? ... ¿Qué? ¿No tiene visado? ¿Cómo puede viajar sin pasaporte? ¡No puede!"

Durante el rodaje, Wilder y Brackett solían comer en Lucy's, un restaurante situado enfrente de la Paramount. Un día, tras el almuerzo, cuando ya abandonaban el local,se encontraron con Charles Boyer en plena deglución. "Hola, Charles, ¿cómo está?" "¿Qué tal, chicos?" "¿Qué rueda hoy?" "Estamos rodando la escena de la cucaracha, la hemos cambiado un poco".

En ese momento Wilder abrió mucho los ojos y preguntó el porqué. Como era un guionista raso no exigió, sólo preguntó asombrado. Boyer respondió que la escena era "una idiotez". "¿Para qué voy a querer hablarle a una cucaracha si ella no puede responderme?" Wilder explicó que podía parecer una idiotez pero que insistía en que le gustaría que hiciera la escena tal cual se escribió. Boyer aludió a la connivencia con Leisen y se negó en rotundo a decir las frases.

Una vez de vuelta en su despacho y muy airado, Wilder miró a Brackett y dijo: "¡Si ese hijo de puta no habla con la cucaracha, no va hablar con nadie! ¡Tacha su diálogo!

Justo en ese instante, minuto arriba, minuto abajo, Wilder decidió que desde ese momento dirigiría todos sus guiones. Un año después, debutó oficialmente detrás de la cámara con El mayor y la menor (1942). Tras ella: Perdición, 1944 (la primera obra maestra del cine negro), El crepúsculo de los dioses, 1950 (el retrato más descarnado y crítico del Hollywood cubierto de oropeles), Con faldas y a lo loco, 1959 ("Nadie es perfecto"), Testigo de cargo, 1957 (una de las mejores películas de Hitchcock no dirigida por el orondo inglés) o El apartamento, 1960 (retrato fascinante de la deshumanización del hombre frente al sistema y el espejo más elocuente imaginable), entre otras maravillas de la cinematografía universal. 

De corazón, muchas gracias, Charles Boyer.