jueves, 26 de diciembre de 2013

Cuatro motivos para ver 'Seeking a friend for the end of the world'

No me gusta imponer opiniones o gustos. Que a mí me apasione determinado libro, determinada película o determinada canción no es motivo para que torture a mis congéneres hasta que comprendan, asimilen y compartan mis predilecciones, por muy acertadas - acertadísimas - que éstas fueran - que lo son, y mucho -. Pero debería serlo.

Como tantos otros seres humanos, cuando visiono una película y realmente me ha interesado/gustado/motivado suelo curiosear en internet buscando reviews o críticas que refuercen mi opinión inicial tras aparecer el The End. Algo así como comprobar que no estoy solo en el mundo, que hay gente que piensa como yo y disfruta con el mismo argumento, los mismos personajes. Hay dos tipos de películas: las buenas y las malas. A mí me gustan las buenas. Me consta que diversos individuos con derecho a voto en sus respectivos países profesan devoción por directores insoportables como Almodóvar, Pasolini, Lars Von Trier o John Waters. Ellos sabrán. 

Digo ésto porque, por norma general, cuando leo comentarios sobre películas que me prendan profundamente como 'Cadena perpetua','Uno, dos, tres' o 'La fiera de mi niña', son todo alabanzas y loas. Salvo casos extremos de hipsterismo galopante. Insisto, tengo buen ojo. Pero como con todas las normas, hay excepciones.Una de las más recientes tuvo lugar hace un par de días. Terminé de ver 'Seeking a friend for the end of the world' ('Buscando un amigo para el final del mundo') y estaba apabullado, asombrado, satisfecho incluso. Me gustó casi todo. Y eso es mucho. Mi sorpresa vino cuando leí críticas y revisé opiniones. Nadie compartía mi entusiasmo. No puedo estar más en desacuerdo. Es una película inteligente, emotiva sin ser lacrimógena, graciosa cuando debe, habitada por personajes dispares pero complementarios formando una heterogeneidad enriquecedora y disfrutable, con una historia de amor que puede disfrutar todo tipo de público (incluso los votantes del PP en las últimas elecciones generales). Una película que puede parecer una comedia más, pero es algo más. Aquí van cuatro motivos para no perderse esta gran película.

1. La historia.
Un meteorito acabará con la existencia del ser humano en tres semanas. Así de rotundo. El protagonista (Steve Carell), un individuo anodino recién abandonado por su mujer que trabaja en una empresa de seguros, decide aprovechar sus últimos días de vida para reencontrarse con su amor de la juventud. Su vecina (Keira Knightley), una joven británica melómana que padece hipersomnia, le acompañará en su viaje. No es la típica comedia apocalíptica barata (de contenido, no de presupuesto) que en los últimos años aparece en las carteleras. De hecho algunas películas de este tipo no son comedias per se, pero dan risa aunque no quieran. En la búsqueda del amor verdadero, el protagonista se verá envuelto en fiestas familiares con droga como primera plato, orgías no tan improvisadas en bares de carretera y revelaciones varias de la verdadera esencia del ser humano una vez el fin se acerca: trasuntos poco logrados de héroes postapocalípticos o adalides del golfeo ante la certeza de desaparición, entre otros.


2. Steve Carell.
No soy objetivo cuando hablo del hombre que dio vida a Michael Scott. No puedo. Es mi héroe. Ha hecho películas horrendas, sí, pero no las recomiendo. También ha interpretado papeles absolutamente memorables como el experto en Proust de 'Pequeña Miss Sunshine'. Tengo una lealtad infinita a las personas que me han hecho feliz. Steve Carell es uno de ellos. Pero además es buen actor. Es un actor eminentemente cómico pero con una capacidad innata y, francamente, asombrosa para reflejar sentimientos sepultados de los personajes que interpreta (cuando el personaje es bueno, claro). No son interpretaciones pasionales ni brandonianas. Son contenidas, sencillas, magistrales. Piense usted en Adam Sandler. Pues todo lo contrario. Cuando la película llega a sus momentos cumbre, cuando se eriza la piel, destaca. Cuando comparte plano y líneas con la mujer que limpia en su casa semanalmente destaca más. Todos los cuandos de esta película en los que aparece Steve Carell merecen la pena.

3. La música.
Mejor dicho la canción. The air that I breathe, de The Hollies. Ya está.

4. El final
Conforme la película llegaba a su final mis temores se acrecentaban. Pensaba en que estaba viendo una comedia con trasfondo apocalíptico, con una historia de amor, con una estrella americana de la comedia como protagonista principal. Es decir, olía el final edulcorado made in Hollywood a yardas de distancia. No voy a contar el final, faltaría más. Ni el último diálogo entre los dos personajes principales. Ni el contexto. Sólo quiero destacar que con el fundido a negro sentí que estaba ante una película especial. De las que cada vez son menos habituales. De las buenas.




miércoles, 18 de diciembre de 2013

Una fonda para gatos y unos vecinos molestos

"Se va a denunciar a aquellas personas que sigan dando de comer a los gatos en el jardín de este bloque de pisos. El que quiera un gato que se lo compre".

Este cartel amenazante adorna la puerta de acceso al jardín - más bien es césped con un par de palmeras - de un edificio sevillano. Es importante mencionar la ciudad porque puede ser recordada con los años como el lugar en el que empezó todo. Dónde empezó el desastre. Y me explico.

Este corte de suministros alimenticios no sería nada reseñable si no fuera porque hablamos de gatos. 

Conste que me parece una decisión muy desafortunada importunar a los gatos. Hay que desconfíar de los gatos. Los gatos son fríos, calculadores, perversos Son los Maquiavelo felinos. Son lo contrario que Ana Botella; son inteligentes y, por lo tanto, capaces de lo peor. Un gato no mira, sino que escrudriña, analiza, escruta. Y luego están las gatas. Un gato solo, que se siente acorralado y atacado es muy peligroso. Los vecinos de este bloque de pisos pretenden perjudicar severamente a no menos de 30 gatos que han asentado su campamento base en ese césped. 30 gatos que ya han normalizado su estancia allí. Creen que la comida nunca les faltará. Quién sabe lo que harían cuando empiecen a surgir los problemas. Quién sabe cuál será su reacción. ¿Han visto ustedes El planeta de los simios? Pues con gatos.

Su organización es casi perfecta, hay varios estamentos o castas. Gastas, mejor dicho. Por una parte, debajo de la terraza de los dos Bajos se encuentran instaladas las gatas con las crías. Llevan varios meses apostados en ese césped. Los gatos se han reproducido, se van incorporando algunos individuos arrabaleros. Los líderes se pasan el día tumbados en la base de lo que en su momento fue una palmera; confabulando. También hay gatos rasos, que vienen y van, callejean y vuelven. Ese césped es su fonda. Y luego hay un gato, que apenas se relaciona con el resto.Que va a lo suyo. Pinta de retarded tiene, desde luego.

 Quizá los vecinos teman que pronto los gatos les superen en número y les ataquen. Yo también lo creo. Pero si les quitan la comida atacarán antes y más violentamente. Y yo vivo cerca. Llevémonos bien con los gatos, por favor.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Visita al médico

De vez en cuando hay que ir al médico. Esa es la putada. No porque te encuentres mal físicamente. Hay individuos que estando sanos están mal físicamente, no tiene nada que ver. Lo peor es el ambiente casi diría tétrico y lúgubre que se vive en las salas de espera. Las toses, los quejidos, los malestares hechos sonido. Dice Michael Scott (The Office versión América, im-pres-cin-di-ble) que en su mente asocia los hospitales a la enfermedad. Parece una perogrullada y sin embargo, lo es. Sin embargo, a veces ocurren circunstancias que alteran la rutina médica y convierten la visita en reseñable.

Me encontraba yo en una sala de espera. Un resfriado regular. Lo de todo los otoños. Estándar. Había un par de señoras cuyas edades sumadas daban cuatro dígitos. El resto de asientos vacíos. Dicen mi nombre y, obediente, entro. Dentro, una doctora. Ni buenas tardes cuando suena el timbre. Se levanta porque no tiene nadie encargado a tal efecto. A lo largo de la consulta - que durará 8 minutos - se levantará y disculpará en 4 ocasiones. Pero esa es otra historia. Lo curioso es la tanda de preguntas iniciales antes del reconocimiento. Curioso, raro, inusual.

Después de las clásicas (nombre, edad, dirección) viene la primera pregunta rara. ¿Es usted soltero?, me dice. Respondo que me aguanta mi madre y sólo porque me cogió aprecio con los años. Quiero pensar que no me escuchó porque la siguiente pregunta fue: ¿vives en pareja? Supongo que me vería cara de guardia civil. Le aclaro que no y prosigue con el cuestionario. Me dice que le cuente mi problema. ¿Cuál de ellos?, intento aclarar. Resulta que era el que me trajo al médico, casualidades de la vida. Durante algunos minutos hablamos de irritaciones de garganta, toses ásperas y otro tipo de asuntos apasionantes. La doctora se interesa por si fumo. Le digo que no. Me adelanto y le comento que trabajo en la radio.

ACLARACIÓN: trabajar es un concepto complejo. Hago radio porque hablo algunas horas a la semana delante de un micrófono pero no cobro por ello. Siendo más concreto, me dijeron en su momento que cobraría según mis aptitudes. Y en esas estoy, que le debo dinero a la radio.

Una vez que comenté el asunto radiofónico la doctora parecía esperar que rematara mi confesión. Y no existía tal remate. Tarde de suposiciones, otra vez pensé que esta mujer entendería mi mensaje. Que en este caso no era otro que al estar mal de la garganta y tener que hablar engolando la voz durante cierto tiempo quizá eso me habría afectado. Pero otra vez supuse mal. La doctora enlazó mi comentario con su pregunta anterior y espetó: ah, ¿en la radio fuman y con el humo...? En ningún momento le dije que trabajaba con José Luis Garci.

El cuestionario no acabó aquí. Fue a más. A más raro y estrambótico. Pero es que tengo que hacer cosas.