domingo, 26 de enero de 2014

Venganza hirviendo

Cinco minutos en la parada. Esperando. Llega el autobús,  sube una señora.  Después voy yo. Fruto de la abstracción en la que me  suelo hallar inmerso intento pagar con DNI. Al cuarto intento desisto. Risas de algún pasajero observador y cotilla. Me disculpo ante el conductor,  con una leve sonrisa. El bonobus está juguetón y no aparece. Al fin doy con él,  pero antes de sacarlo,  este hombre profiere un hosco - e innecesario - "venga ya, coño, que no tengo todo el día".

Mis conocimientos tecnológicos son escasos. Como todos los demás.  Pero aún así creo que para que un autobús estándar arranque no es condición sine qua non que yo pase mi bonobus por el bonobusador (?). Eso tengo entendido, luego cuando ese conductor espetó lo que espetó demostró que pertenece a ese tipo de personas que es conocido por el nombre del macho de la cabra. Los imbéciles.

En el momento del comentario no se me ocurrió niguna respuesta apropiada. Después sí, pero era muy tarde. No pude vengarme. O eso pensaba.

Aún aturdido por lo bronco del comentario y las miradas de todos los allí congregados me senté justo a la espalda de la cabina del conductor. Las paradas llegaron, los usuarios bajaban progresivamente.  La mía era la última. En la penúltima sólo quedamos el conductor y yo. Resulta que esa información era desconocida para él dado que mi ubicación era indivisable desde su asiento. Y entonces llegó lo maravilloso de esta historia.

Al minuto de lo ocurrido al principio del trayecto me olvidé de ello. No le dí importancia.  Un individuo maleducado más. Pero justo antes de llegar a mi parada, descubrí que además de impertinente,  el tipo tenia un dudoso gusto musical y una desaforada pasión a la hora de interpretar sus canciones favoritas. Como pensaba que se hallaba en soledad encendió la radio. Sonaba Melendi. Empezó tarareando. En la segunda estrofa se envalentonó. Sentía la canción muy en sus adentros. Melendi, insisto. Directamente se puso a berrear. Yo justo detrás,  relamiéndome.

Antes de llegar a la parada y dado que había gente esperando, apagó la radio y dejó de cantar.  O lo que fuera esa demostración casi gutural. Después de casi dos minutosde concierto. Como queriendo aparentar normalidad. Pero no contaba conmigo. El autobús frenó y me propuse hacer todo el ruido posible a la hora de ponerme en pie. Cuando aparecí en su ángulo de visión vi muchos sentimientos en su rostro. Vergüenza, miedo, bochorno, odio. Sus ojos decían "no me lo puedo creer", los míos decían "hay que ser muy tonto...".

Bajé del autobús apellidándome Dantes.