viernes, 3 de julio de 2015

El malotismo, o la importancia del cómo.

Dos amigos esperando la inminente llegada del 73. No cumplen los 13. Escuchimizados. No por esa condición física llaman la atención, pero sí porque, aparentemente, están fumando por debajo de sus respectivas camisetas. La imagen es muy bizarra. Hacen ceder el cuello de la camiseta, agachan la cabeza, inhalan ¡y luego echan el humo por fuera y se ríen! Son como dos espías que una vez han robado los documentos se quejan en voz alta de lo mal escondidos que estaban.

Son malotes. Se les ve. Quieren jaleo. El más bajito claramente es Dewey, el hermano pequeño de Malcolm. Es un calco. En el segundo se adivina una ascendencia magrebí bastante clara complementada con el uso de expresiones como"cabesa" o"quillo". 

Se sientan al final del autobús, como buenos malotes. Sólo dos pasajeros más: un señor de apariencia robusta (no diré la palabra pero cuando se pesa hay tres cifras) y una mujer que por edad, prácticamente, podría haber sido pareja de Pío Baroja. Una vez se cerraron las puertas, los Rinconete y Cortadillo con zapatillas J'Hayber se miraron e intercambiaron miradas malignas, miradas que decían "liémosla". No eran bromas refinadas, ni elaboradas, ni mucho menos buenas. Mientras uno carraspeaba de forma aparatosa, el otro decía "¡VIEJA!" o "¡GORDO!". Se adivinaba cierta voluntad, ganas de progresar, pero estaban muy verdes. A ello se suma que los carraspeos eran realmente aparatosos, de forma que uno podía escuchar el insulto si estaba inmediatamente cerca de sus asientos mientras que los agraviados, casi al principio del bus buscaban caramelos apresuradamente para esos niños que tenían una faringitis importante. Como el que tiene novia sin ella estar al corriente. Primer intento: fallido.

Para la segunda tentativa decidieron hacer como Estados Unidos: buscar un enemigo exterior, a poder ser cuanto más débil, mejor. Unos turistas japoneses. Ese era el nuevo target. El 73 había parado en un semáforo y allí estaban ellos, haciendo fotos y más cosas de japoneses. Los chavales vieron el cielo abierto y asomaron las cabezas por una de las ventanas. Recurrieron al clásico "chinos perrrros", pero pincharon en hueso otra vez. Puede que fuera la rápida y casi atropellada entonación,el agudo tono de sus voces, pero algo inesperado sucedió. Algo que recuerda muy mucho a aquella malinterpretación idiomática que pasó en La Romareda en 1995 (la confusión de la prensa inglesa que entendió "Peace and love" cuando lo que realmente cantaba la hinchada zaragocista a un jugador inglés tendido en el suelo era "písalo"). Del mismo modo los japoneses creyeron entender algo realmente emotivo que aquellos jóvenes españoles les trasladaban desde aquel autobús. Esas sonrisas y saludos afectuosos no formaban parte de la idea de feedback que los malotes pensaban recibir. Maldijeron su suerte y volvieron a pergeñar otro diabólico plan. Segundo intento: más fallido aún.

Algo maravilloso sucedió en la siguiente parada. Tres personas se incorporaron. Un niño y dos mujeres adultas. El niño tenía la misma edad que ellos, un pequeño pendiente en la oreja izquierda que mirado de cerca bien podría ser un trozo del revestimiento que se encuentra justo antes de la goma de un lápiz y cara de llamarse Jonathan. Entre los dos aprendices de gamberro se prodigaron los codazos. Como si una celebridad hubiera subido al 73. Se conocían. Posiblemente de clase. Ejecutaron un saludo tremendamente nigga. Habían fichado a un jugón. Pero la felicidad se vio truncada por los otros dos nuevos pasajeros. Pasajeras, mejor dicho. Sí, eran sus madres.

El resto del viaje fue una agonía. El mito de Tántalo revisitado. De los Tántalos. Lo tenían al alcance de la mano pero la vigilancia era severa. El nuevo hizo exactamente las dos mismas bromas, pero infinitamente mejor ejecutadas. Con gran pulso, pulcritud, maestría, elegancia. Daba gusto verle trabajar.

- Joder, me has dicho gordo asqueroso en mi cara, pero qué forma de decirlo, qué temple. Eres un fenómeno, chaval - dijo el señor robusto, fascinado.

- Cuando has empezado con "puta vieja" estaba contrariada, francamente. Pero cómo lo has dicho, la musicalidad... Vente a merendar cuando quieras - replicó la vetusta señora con un brillo radiante en la mirada.

No podían aplaudir por razones obvias, pero no por falta de ganas. Aquel chaval era el faro. Ellos estaban en el filial y él ganando la Champions. Ellos pintarrajeaban, él era Francis bacon. Ellos eran como Álex O'Dogherty, él entretenía de verdad.

Esa tarde aprendieron que ser malote no es fácil.