lunes, 26 de diciembre de 2016

Shirt Story

Jamás se me había pasado por la cabeza. Nunca. Y eso que me encantó la primera vez que la vi. Pero no de ese modo. Nunca de ese modo. Siempre lo tuve claro con ella. O eso pensaba hasta hace dos noches. Fue cuando sucedió. Todo muy natural, como un proceso lógico, como quejarse de los resultados electorales después de no votar. Aún no me lo puedo creer. Que pasara, ademaś en Navidad, para que fuera un recordatorio de lo ruin que puedo llegar a ser, de lo desalmado que realmente soy. Me siento como se debe sentir el peluquero de Donald Trump. O el propio Donald Trump, si no hubiera vendido su conciencia años ha - a muy buen precio seguro. Comprendería que después de leer estas líneas, cada vez que caminara por la calle, el vulgo la emprendiera conmigo a tomatazos mientras una señora de rostro particularmente hombruno agita una campana medium size y exclama continuamente &SHAME& - se conoce que en esta fantasía con reminiscencias juegodetronianas la señora de rostro particularmente hombruno también quiere recomendar la película de Fassbender. Lo entendería. No es para menos. La penitencia debe ir acorde al pecado, dicen. Y mi pecado es como un menhir. Por eso me veo obligado a quitarme de encima este peso - no es pequeño un menhir -, como sea. Ahí va mi confesión: Sí, lo hice, me acosté con ella y luego la dejé tirada. Soy consciente de lo aberrante que resulto. Era mi camiseta favorita.
Al menos lo era  cuando nos conocimos. Un flechazo textil. Cuando la vi tirada en el cama los recuerdos se agolparon. El primer piropo ajeno. El primer &¿dónde la compraste?&. La primera noche fuera. Todos esos momentos se perderán como serigrafía de camiseta de fútbol comprada a vendedor oriental.
Por supuesto no era la primera vez que pasaba por este trance. Pero siempre todo seguía su cauce natural. Soy un monstruo, ni siquiera fue camiseta de estar por casa antes. Pasó de &ocasiones especiales para agradar& a &un día a la semana obligatoriamente&. Y de ahí directamente a &una de dormir&. No lo merece, no me merece.
Pero, aunque sé que la he perdido para siempre, que ya no me mirará con las mismas mangas, la guardaré. Como reliquia, como recuerdo de lo felices que fuimos. No será hecha trapos. No le fallaré, hemos sido compañeros, siempre estaré ahí. En esta Shirt Story, ella es mi Woody.

lunes, 10 de octubre de 2016

Rob Reiner, contingente y necesario

Si una conversación cinéfila se pone interesante se suele debatir sobre Lynch, Tarantino o los Coen. Si, por avatares de la vida, es menester dormir a un rebaño de ovejas, se suele hablar de Tarkovsky o de la nouvelle vague más recalcitrante. Si realmente merece la pena quedarse un rato más en el bar, se habla del plano final de Centauros del desierto, del rostro de Jack Lemmon en la escena del espejito de El apartamento o la dulce demolición anímica que visionar Dejad paso al mañana deja en una persona adulta relativamente viva. Pero poco se menciona a otros directores. Más artesanos que artistas. Más working class que genios. Más trabajadores que divos. Poco se menciona a Rob Reiner.

Para muchos Rob Reiner hace comedias malas. En los últimos diez años no discutiré que la calidad media de su trabajo raspe el aprobado o incluso tenga que ir a revisión en más de una ocasión. Pero estamos viendo sólo una esquina del cuadro.

Rob Reiner es un señor de Nueva York de 69 años que hace cine. No tiene ningún Oscar. No le hace falta. Muy probablemente en las listas de películas favoritas de mucha gente no aparezca ninguna obra suya. No es mediático. No es una estrella. No es referente. Para algunos puede ser contingente. Definitivamente es necesario.  

A simple vista, Reiner parece el tío Phil, de El Príncipe de Bel-Air, si fuera blanco. Pero tras esa imponente presencia se esconde el director que mejor ha interpretado y llevado al cine la obra de Stephen King (ex aequo con Frank Darabont). Un director tremendamente ecléctico con una capacidad  sorprendente para abordar temáticas muy dispares entre sí con notables resultados. Versátil, polivalente, capaz. Así es Rob Reiner. Entre 1986 y 1992 vivió su mayor esplendor.

Cinco películas, cinco géneros, cinco exhibiciones fílmicas.

Cuenta conmigo (1986)



Adolescentes, verano y un cadáver

La tercera película dirigida por Rob Reiner es una aproximación a un relato de Stephen King. Reiner optó por trabajar con un material que no se suele identificar con el trabajo del escritor. No había monstruos, ni fenómenos paranormales. 

Una pandilla de cuatro chicos que realizan un viaje a espaldas de sus padres para ver un cadáver. Tan simple como eso. Adolescentes viviendo aventuras. Como Los Goonies (de hecho en ambas podemos ver a Corey Feldman), pero más cruda, más áspera, más real. Es la otra cara de la moneda. El sentido del ritmo, el increscendo de la acción narrativa, todo funciona perfectamente. Sumadas a la tremenda Sleepers (Barry Levinson, 1996) conforman un triunvirato imprescindible de películas protagonizadas por adolescentes.

La película habla de la amistad. No de la amistad adolescente. Esa etiqueta está bien para clasificaciones en web de cine. Es una película compleja. Las dosis de comedia - impagable la desagradable historia de Culograsa -  no edulcora la cruda realidad de los personajes, sólo supone un alivio eventual para el espectador. En ocasiones se dice que la presencia de un actor aguanta una trama simplemente estando en plano. Eso ocurre cuando la película precisa de ese apoyo. Cuando la película es notable, como es el caso, un actor puede sublimar el producto final. Es el caso de River Phoenix. Tenía 16 años. Empezaba a asomar una rotundidad demoledora en pantalla. Murió con 23 años, por los excesos. Digamos que tenía tanta curiosidad por explorar los límites emocionales de sus personajes como por múltiples sustancias terminadas en -ína. Habría sido un grande. O no. Pero tenía proyección para ello. Impresiona su capacidad aquí para dominar el tempo, para imprimir carácter o sensibilidad, lo que la escena necesitara. Esta película hay que verla por el River Phoenix. 

Y porque sale Bocazas, de los Goonies.

Y porque es un relato magnífico de Stephen King.

Y porque la dirige Rob Reiner.

La princesa prometida (1987)


"Me llamo íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir"

Si no has visto esta película no has sido niño. O no un niño en el sentido más completo. O sí un niño, pero incompleto, como un pan ácimo infantil.

La quintaesencia del cine de aventuras medieval-fantástico. El punto de arranque es francamente ñoño. Una historia de amor entre una chica que vive en una granja y su mozo de caballerizas. Un coñazo pasteloso, dicho mal y pronto. Sin embargo, dos conceptos quedan claros: Robin Wright puede producir síndrome de Stendhal y el señor de la fotografía de arriba es la diferencia entre una película simpática y una imprescindible.

La trama evoluciona y empezan a sucederse los problemas. Una desaparición, un príncipe malvado que pide matrimonio a la protagonista, un secuestro... La historia despliega su encanto. Empiezan a aparecer los secundarios que realmente dan su justa fama a la película. Algunos temibles como el pirata Roberts, un proto Keyser Sozé. Otros simpáticos como el Milagroso Max - acertado Billy Crystal - que son capaces de resucitar a un muerto "en su mayoría", pero le aconsejan que no bañarse hasta dentro de una hora. Bonachones como el interpretado por André el Gigante. Muy Tyrion como el brillante Vizzini. O sencillamente iconos de la historia del cine, como Íñigo Montoya. Su aparición provoca que la temática vire y que el amor se vea rebajado por el honor y la venganza. "Me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir". El matiz que hace de esta película un imprescindible. No se puede racionalizar el amor, así que no intentaré explicar la dimensión real de esta frase. Si has visto la película me entenderás. Si no, te envidio mucho. Es una de las frases que definen los 80. Y el cine en conjunto.

La princesa prometida se basa en un relato de William Goldman. Pero hecha celuloide bebe de muchas fuentes. Tenemos algo de cine de piratas, Errol Flynn (mucho duelo a espada), un Igor, un guiño a los Monty Python en forma de cura que habla del "madimonio"...  

No hablamos de una película. Hablamos de un icono. 

Rob Reiner hizo una joya, pero, aunque hoy resulte "inconcebible", no lo sabía. 

Cuando Harry encontró a Sally (1989)


A Reiner le gusta Woody

El siguiente proyecto de Reiner fue una comedia romántica, con Billy Crystal y Meg Ryan. Pero no una vulgar, no una de las que llenan las salas. La típica película que provoca codazos acompañados de "¿ves?", pero sin apoyarse exclusivamente en el físico de sus actores. La clásica lucha de sexos que brillantemente plasmaron Spencer Tracy y Katharine Hepburn en los 40 y 50. La misma que un par de décadas más tarde sublimó Woody Allen con esa proeza fílmica que es Annie Hall. Precisamente el respeto y admiración de Reiner por Allen - el primero participó como actor en Balas sobre Broadway - es apreciable desde el inicio en la película. Desde los créditos: música jazz, fondo negro, letras blancas. Puro Woody. Incluso en algunos estilismos de Meg Ryan apreciamos el personalísimo sello de Diane Keaton en Annie Hall.

Apoyándose continuamente en el mito sobre la imposible amistad entre un hombre y una mujer, el guión de Nora Ephron nunca pierde de vista el referente alleniano. Él es un tipo neurótico, bastante mujeriego y que tiene una teoría elocuente para todo. Ella es más flower power, enamoradiza. 

Él es Billy Crystal. Ella es Meg Ryan. Su química es un prodigio. Él ya trabajó con Reiner en La princesa prometida y es uno de los mejores comediantes de Hollywood. Y no muy atractivo, siguiendo los paradigmas allenistas. Ella aquí hace su mejor trabajo, aportando candidez a la frialdad de su partenaire. Una lástima que actualmente debido a los excesos quirúrgicos parezca la hermana pequeña del Joker. Protagoniza la escena culmen de la película, la que le da su fama imperecedera, la del orgasmo apoteósico en una cafetería, la que tiene un remate brillante con la madre del director diciendo la famosa frase "Tomaré lo mismo que ella".

Musicalmente también encontramos a Woody. Resulta muy significativa la inclusión de una versión de la clásica It had to be you. La podemos encontrar también en una película que empieza por A y termina en nnie Hall. Tal es el homenaje que incluso encontramos una carrera tipo "qué tonto he sido, es el amor de mi vida y no se lo he dicho" por las calles de Manhattan que, en un triple mortal referencial, nos retrotrae a la de Isaac Davies en la película de título homónimo de Allen y también a la primigenia carrera de Fran Kubelik en esa maravilla catedralicia que es El Apartamento, de Mr Billy Wilder. 

La carrera desemboca en declaración. Ciertamente no llega - hablamos de cine moderno - a la altura de la del nunca suficientemente añorado y ponderado Robin Williams en El Rey Pescador, por poner un ejemplo, pero rezuma inteligencia y sensibilidad sin caer en terrenos pastelosos. Muy agradecible, por cierto. 

El relato de una peculiar amistad entre un hombre y una mujer a lo largo de 12 años. Junto a Mejor... imposible y Atrapado en el tiempo, Cuando Hary encontró a Sally figura en la élite de las comedias románticas de los últimos 30 años.

Misery (1990) 


Fan viene de fanático

De fanática en este caso.

Un villano define una película. Le da dimensión. O eso al menos decía ese señor britańico tremendamente obeso y talentudo -a partes iguales - que firmó algunas de las refutaciones del séptimo arte como tal y que se apelidaba Hitchcock y se llamaba Alfred. Si aplicamos este particular aforismo, estamos ante una película perturbadoramente maravillosa. Como perturbadoramente maravillosa está Kathy Bates en su primer gran papel en Hollywood. Modela una villana que se presenta como un San Bernardo humano y que se va revelando como una verdadera psicópata ciclotímica - ávida lectora, eso sí - con un manejo excepcional del martillo (una de las escenas más violentas que servidor ha visto) y que mantiene preso al protagonista en una cárcel kitsch. Del maternalismo más infame a la enajenación violenta más cruda.

Mencionamos al protagonista. James Caan demuestra que no es sólo dueño de unos  de los hombros velludos más reconocibles del cine, también es un actorazo. Y lo demuestra con creces estando, prácticamente, inmóvil durante el 70% de la película. No recurre al histrionismo facial para mostrar el horror de la trama. Y la trama - además de ser una película mediana del propio Hitchcock - tiene mucho horror. Mucho. Rebosa horror. Y decoración tremendamente hortera. Y un cerdo. Y un frío que traspasa la pantalla. Y una tensión que no veta la relajación. Y a Richard Fansworth (la idea del héroe atípico en un escenario improbable que luego emplearían los Coen en Fargo, por ejemplo). Y a Lauren Bacall.

Si el director es bueno (que lo es), los actores están inspirados (que lo están) y, además, la historia es buena, es imposible que la película no sea sobresaliente.

De nuevo Reiner adapta una novela de Stephen King. Una en la que trata el esclavismo que muchos autores sufren por parte de sus personajes más icónicos - aquello de Conan Doyle matando a Sherlock buscando nuevos objetivos  y teniendo que resucitarlo tras un tiempo por imperativo popular, su señora madre antorcha en mano incluida - llevado al extremo. Quizá la mejor adaptación al cine de su obra justo por detrás de Cadena perpetua. Ayudó la adaptación que hizo William Goldman, en su segunda - y de nuevo muy próspera - colaboración.

Pocos escenarios pero mucha tensión en la mayoría de planos. El barbudo director no fuerza en ningún momento, no le hace falta; menos es más. Sabe que trabaja con un material sobresaliente. Y seguro que tras ver el recital de Kathy Bates supo que mal no podía salir. 

Reiner arriesgó abordando un género tan complejo como el thriller psicológico.

Volvió a salir victorioso.

Algunos hombres buenos (1992)


De por qué Jack Nicholson es el mejor actor de los últimos 40 años

Terminamos el repaso a las cumbres del cine de Rob Reiner con una de juicios.

El judicial es un subgénero que ha reportado algunas obras maestras como Testigo de cargo (Billy Wilder, 1957), Anatomía de un asesinato (Otto preminger, 1959) o Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957). También películas notables como Las dos caras de la verdad (Gregory Hoblit, 1996) o Sleepers (Barry Levinson, 1996). Algunos hombres buenos es un ejemplo de las notables.

Podríamos hablar en profundidad sobre el estado de gracia de Tom Cruise en esta película y de cómo refutaba que se encontraba en su mejor momento. O de lo controvertido de la temática de la película: el ejército (la Marina), sus particulares códigos, el choque entre humanidad y obligación. O del francamente acertado guión del muy televisivo Aaron Sorkin (El ala oeste de la Casa Blanca - ovación cerradísima -, The Newsroom), que en esta ocasión no abusa tanto como suele de la grandilocuencia discursiva. También podríamos hablar de la enriquecedora aportación de secundarios como los Kevin (Pollack y Bacon), Demi Moore o Kiefer Sutherland. Será en otra ocasión. Al hablar de esta película supone un verdadero latrocinio no loar a Jack Nicholson.

En 20 minutos se pueden hacer muchas cosas. Una de ellas, si eres Jack Nicholson, es demostrar por qué eres el mejor actor de los últimos 50 años. El más versátil, el más regular dentro de la irregularidad imperante en la industria - y por otra parte lógica  - en la que se sumen muchos grandes; no todos pueden ser Daniel Day-Lewis. 

La escena que culmina la trama orbita a su alrededor. Uno como espectador puede asumir perfectamente que tras el "corten" se produjera un silencio sepulcral, que todos los allí presentes se miraran entre sí y le miraran a él, entre el asombro y la admiración. Quizá lamentando no haber acudido a una sombrerería para descubrirse.

Sólo revisionar esa escena ha hecho que merezca la pena escribir sobre Rob Reiner, el director contingente y necesario. 

domingo, 12 de junio de 2016

Dilema nocturno

Escuché este supuesto hace algunos días. No puedo dormir. Desde alguna rendija de mi subconsciente se ha filtrado. No puedo quitármelo de la cabeza. Con esto pretendo aliviar mi tara - que no es fácil - mediante la traumatización empática. El supuesto era algo así:

"Imagina que es de noche. Imagina que vives en una casa de dos plantas. Imagina que estás en la planta de arriba. Imagina también que tu madre (o tu pareja) te llama desde la cocina (piso de abajo). Estáis los dos solos en casa. Empiezas a bajar las escaleras. A mitad de trayecto, una voz absoluta y absurdamente idéntica a la de tu madre (o tu pareja, o tu mayordomo, o tu probador de venenos) replica desde una de las habitaciones del piso superior "no vayas, yo también lo he escuchado".

¿Qué harías?"

lunes, 2 de mayo de 2016

Cosas que pueden pasar cuando canturreas en el 42

Los placeres culpables.

Las listas de reproducción de centenares de miles de personas están repletas de placeres culpables. Cuanto más culpables más placenteros. Algunos tan culpables que se esposan ellos mismos. Pero ese es otro debate. 

Este tipo llegaba tarde a trabajar. Su trabajo estaba cerca, muy cerca. Pero llegaba tarde, muy tarde. Si decidía ir andando, pensó, tendría que imprimir tan velocidad que, prácticamente, sería marcha olímpica. Y hacía calor, y era el sur. Y el 42 estaba parado en el semáforo. Así que montóse en el autobús.

Al fondo había sitio. Quedaba un asiento libre. Al ocuparlo se fijó en la chica que se encontraba frente a él. Si no se hubiera fijado habría cometido un delito gravísimo, de los que implican cárcel turca. Rápidamente para no parecerle un absorto pegajoso de tantos, se colocó los auriculares y puso la reproducción aleatoria. Y sonó un placer culpable. Concretamente uno de esos cuya escucha implicaba la subida de azúcar en sangre.

El ruido en el 42 de buena mañana era apabullante, como un puñetazo. Con un furtivo vistazo volvió a mirarla, impertérrita. Como si estuviera en un prado. Más allá, en un prado de un anuncio de compresas. Tres cosas embarazosas sobrevinieron a este tipo: se dio cuenta de que quizá llevaba demasiado tiempo mirándola, que ella se había dado cuenta porque le estaba mirando y además, que estaba canturreando sin darse cuenta.

"Hoy el Sol se escondió, y no quiso salir, te vio despertar y le dio miedo de morir"

La canción era bizcochable, sí. Ella tendría que trabajar en la CIA para saber realmente lo que había musitado, pensó. El caso es que pinta de agente especial no tenía, pero parecía haberse enterado de cada palabra por la forma en la que entornó los ojos.

El 42 paró. La chica tenía que trabajar como mimo porque se hacía entender solamente mediante gestos. Con la cara decía que no pasaba nada por ese golpe sin querer con el bolso, que mejor la ventana cerrada, que no le importaba. No se molestaba en decir nada. Tampoco le hacía falta.

"La Luna sale a caminar siguiendo tus pupilas"

Otra vez canturreando. Otra vez, curiosamente, temática estelar. Otra vez ella dándose cuenta.

La chica se levantó. Antes, con una media sonrisa, sacó un pequeño bloc, anotó algo, arrancó la hoja y la dobló. Al levantarse la hoja cayó. El tipo diligentemente la recogió del suelo y se la acercó con la palma abierta. Ella sin decir nada, cerró su puño en torno a la hoja y se bajó. La sonrisa era completa.

El tipo desdobló la hoja y encontró un número de teléfono y un nombre de mujer.

Se asomó y vio a la mujer hablando en lenguaje de signos con una amiga.

Siguió canturreando contagiado por la sonrisa y con el azúcar por las nubes.

jueves, 24 de marzo de 2016

47 motivos cinematográficos que hacen la vida mejor, o al menos, más interesante

1. El retrato de la adolescencia del primer tercio de Sleepers, Barry Levinson, 1996

2. "¡No se peleen aquí dentro! ¡Esto es la sala de guerra!" ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, Kubrick, 1964

3. La reinterpretación del cuento de Blancanieves con la mucho más estimulante Barbara Stanwick. Bola de fuego, Howard Hawks, 1941

4. Ser o no ser, Ernst Lubitsch, 1942

5. El abrazo final de Michael Corleone a Fredo. La mirada de Pacino. El Padrino Parte II, Francis Ford Coppola, 1974

6. Omar Sy bailando Boogie Wonderland. Intocable, Eric Toledano, 2009

7. El chapurreo en balleno de Dory. Buscando a Nemo, Andrew stanton, 2003

8. Steve McQueen, cada plano suyo en La Gran Evasión, John Sturges, 1963

9. La lección de fuckerismo ilustrado de Paco Rabal en la escena de la partida de cartas. Viridiana, Luis Buñuel, 1961

10. El legendario encuentro billarístico entre Eddie "Fast" Felson y el Gordo de Minnesota. El buscavidas, Robert Rossen, 1961

11. George C. Scott

12. La primera media hora de Granujas de medio pelo, Woody Allen, 2000.

13. La réplica impregnada de una dignidad ulterior de Joseph Merrick en los baños de la estación rodeado de verdaderos monstruos. El hombre elefante, David Lynch, 1980

14. Buster Keaton

15. La perfección hecha rostro de Gene Tierney. Durante la escena del interrogatorio. Nunca un foco estuvo mejor colocado. Laura, Otto Preminger, 1944

16. La despedida de Victor Moore y Beulah Bondi. Dejad paso al mañana, Leo McCarey, 1937

17. El silbido que hiela la sangre de Peter Lorre. M, Fritz Lang, 1931

18. El perfeccionismo sociópata de J. K. Simmons. Whiplash, Damian Chazelle, 2014

19. La banda sonora de Guardianes de la galaxia, James Gunn, 2014

20. El final de Buscando a un amigo para el fin del mundo, Lorene Scafaria, 2012

21. Atrapado en el tiempo, Harold Ramis, 1993

22. Cada escena en la que Christoph Waltz bebe o come. Malditos bastardos, Quentin Tarantino, 2009

23. La relación abuelo-nieta de Pequeña Miss Sunshine, Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2005

24. Plácido, Luis García Berlanga, 1961

25. El primer Hay un amigo en mí de Toy Story, John Lasseter, 1995

26. Cuando los Coen encontraron a los Gipsy Kings. El gran Lebowski, Hnos Coen, 1998

27. "Por si no nos vemos luego: ¡buenos días, buenas tardes y buenas noches!" El show de Truman, Peter Weir, 1998

28. Jack Nicholson y Helen Hunt. Mejor... imposible, James L. Brooks, 1997

29. John Cazale

30. "Estaba con esta mujer porque me recuerda a usted. De hecho, por eso estoy ahora mismo con usted, porque usted me recuerda a usted: sus ojos, su cara... Todo lo que hay en usted me recuerda a usted, exceptuándole a usted. Creo que está bien claro. ¡Que me ahorquen si lo entiendo!" Una noche en la ópera, Sam Wood, 1935

31. La espectacular violencia callada - más allá de la ficción - entre Woody Allen y Mia Farrow en la escena del sofá. Maridos y mujeres, Woody Allen, 1992

32. Martin Landau como Bela Lugosi. Ed Wood, Tim Burton, 1994

33. "Aquí no hay ni Dios. ¿O es que son todos unos hijos de puta, eh, Teodoro? Porque pueden ser unos hijos de puta que se hacen pasar por fantasmas." Amanece, que no es poco, José Luis Cuerda, 1988

34. "¿Es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?" Amanece, que no es poco, José Luis Cuerda, 1988

35. William Hurt en El beso de la mujer araña, Héctor Babenco, 1985

36. Carole Lombard

37. Top Secret, Jim Abrahams, David Zucker, 1984

38. Jack Lemmon cocinando spaghetti con una raqueta de tenis. El apartamento, Billy Wilder, 1960

39. Moses supposes. Cantando bajo la lluvia, Stanley Donen, 1952

40. Marlon Bando en camiseta haciendo cuestionar su sexualidad hasta a Bertín Osborne. Un tranvía llamado deseo, Elia Kazan, 1951

41. La leyenda de Sleepy Hollow, Clyde Geronimi, Jack Kinney, 1949

42. Cary Grant dando miedo mientras sube unas escaleras con un vaso de leche. Sospecha, Alfred Hitchcock, 1941

43. "¡¡¡NO!!!" El origen del planeta de los simios, Rupert Wyatt, 2011

44. La analogía prostitutil del conflicto vasco. El negociador, Borja Cobeaga, 2014

45. Todo, excepto el sempiterno inserto sexual nuestro de cada película española, en Vivir es fácil con los ojos cerrados, David Trueba, 2013

46. Cada uno de los - aproximadamente - 33 minutos en los que Heath Ledger crea el villano más carismático, magnético e interesante del siglo XXI. El caballero oscuro, Christopher Nolan, 2008

47. George Méliès