lunes, 2 de mayo de 2016

Cosas que pueden pasar cuando canturreas en el 42

Los placeres culpables.

Las listas de reproducción de centenares de miles de personas están repletas de placeres culpables. Cuanto más culpables más placenteros. Algunos tan culpables que se esposan ellos mismos. Pero ese es otro debate. 

Este tipo llegaba tarde a trabajar. Su trabajo estaba cerca, muy cerca. Pero llegaba tarde, muy tarde. Si decidía ir andando, pensó, tendría que imprimir tan velocidad que, prácticamente, sería marcha olímpica. Y hacía calor, y era el sur. Y el 42 estaba parado en el semáforo. Así que montóse en el autobús.

Al fondo había sitio. Quedaba un asiento libre. Al ocuparlo se fijó en la chica que se encontraba frente a él. Si no se hubiera fijado habría cometido un delito gravísimo, de los que implican cárcel turca. Rápidamente para no parecerle un absorto pegajoso de tantos, se colocó los auriculares y puso la reproducción aleatoria. Y sonó un placer culpable. Concretamente uno de esos cuya escucha implicaba la subida de azúcar en sangre.

El ruido en el 42 de buena mañana era apabullante, como un puñetazo. Con un furtivo vistazo volvió a mirarla, impertérrita. Como si estuviera en un prado. Más allá, en un prado de un anuncio de compresas. Tres cosas embarazosas sobrevinieron a este tipo: se dio cuenta de que quizá llevaba demasiado tiempo mirándola, que ella se había dado cuenta porque le estaba mirando y además, que estaba canturreando sin darse cuenta.

"Hoy el Sol se escondió, y no quiso salir, te vio despertar y le dio miedo de morir"

La canción era bizcochable, sí. Ella tendría que trabajar en la CIA para saber realmente lo que había musitado, pensó. El caso es que pinta de agente especial no tenía, pero parecía haberse enterado de cada palabra por la forma en la que entornó los ojos.

El 42 paró. La chica tenía que trabajar como mimo porque se hacía entender solamente mediante gestos. Con la cara decía que no pasaba nada por ese golpe sin querer con el bolso, que mejor la ventana cerrada, que no le importaba. No se molestaba en decir nada. Tampoco le hacía falta.

"La Luna sale a caminar siguiendo tus pupilas"

Otra vez canturreando. Otra vez, curiosamente, temática estelar. Otra vez ella dándose cuenta.

La chica se levantó. Antes, con una media sonrisa, sacó un pequeño bloc, anotó algo, arrancó la hoja y la dobló. Al levantarse la hoja cayó. El tipo diligentemente la recogió del suelo y se la acercó con la palma abierta. Ella sin decir nada, cerró su puño en torno a la hoja y se bajó. La sonrisa era completa.

El tipo desdobló la hoja y encontró un número de teléfono y un nombre de mujer.

Se asomó y vio a la mujer hablando en lenguaje de signos con una amiga.

Siguió canturreando contagiado por la sonrisa y con el azúcar por las nubes.