lunes, 3 de abril de 2017

Homer debe morir

Ocurre que muchas veces no saludas por la calle a gente que conoces. Aún habiéndolos identificado perfectamente. Puede ser a causa de muchos motivos. En mi caso el 80% de las veces se debe a pura misantropía, nada personal. El restante 20% obedece a un imperativo psicológico: tengo interiorizado que a esa persona no se le saluda por algún motivo que no recuerdo en el momento pero que debe ser de peso. Mi subconsciente ordena, yo ejecuto. Quiero decir, si él sabe (estoy humanizando a mi subconsciente, por cierto) el motivo, yo confío. A veces pasa que un día al cruzarme con alguien y automáticamente no saludar empiezo a preguntarme por qué. Y a veces lo recuerdo. Me pasó el otro día algo parecido con Los Simpson.
Dejé de ver Los Simpson hace un par de años. Sólo ponían capítulos nuevos en la tele y como los capítulos nuevos son lamentables opté por, con todo el dolor de mi fervor simpsoniano, separar nuestros camino. Literalmente me dolía ver lo que veía y, sobre todo, compararlo con los clásicos.
Pillé el final de un capítulo. Un refrito en el que se anunciaba nueva temporada con una canción que decía algo así como "Los Simpson nunca acabarán", acompañada con posibles situaciones que se verían en el futuro, como una Marge robot. Bien, seamos claros: los Simpson deberían haber finalizado al final de la temporada 10. Y esto es impepinable. Bien es cierto que voces más extremistas dicen que incluso antes (temporada 8-9). Pero no comparto. Sigamos. A lo largo de las temporadas 11 y 12 se produjo un retroceso cualitativo bastante importante. Y de ahí a la temporada 28 (actualmente en emisión) la debacle se ha ido consumando progresivamente. Es entendible que el fan medio de la serie discrepe, incluso que estentóreamente se oponga a esta afirmación. Pero es por culpa de lo que podríamos denominar el síndrome Bill Murray en la nieve con Andie McDowell. En esa maravilla atemporal - en todos los sentidos - llamada Atrapado en el tiempo hay una secuencia en la que Bill (Phil) intenta enamorar a Andie (Rita) a toda costa. Recaba toda la información que puede sobre ella gracias al bucle en el que está prisionero y casi lo logra. En esa ocasión en la que más cerca estuvo se produjo un momento ciertamente romántico en la nieve: ambos tropiezan entre risas, caen al suelo y la magia se palpa. En los siguientes días intenta forzar la misma situación de nuevo, pero el momento ya pasó. Donde antes había magia ahora hay incomodidad. No fluye nada, es una tarea compleja como pellizcar a un delfín. Algo parecido le pasa a estos simpsonistas. Están enamorados del recuerdo de los buenos tiempos, asocian lo amarillo a la excelencia. Y, lamentablemente, como dijo el poeta, lo que pasó, pasó. ¿Quiere decir que no se puedan encontrar momentos graciosos en un capítulo de la decimonovena temporada, por ejemplo? Claro que no. Pero del mismo modo que también los hay en un capítulo de Los Serrano o de La que se Avecina. En una entrevista hablando del humor de Krahe dijo Sabina que había una diferencia entre un chiste barato (sobre "mariquitas" por poner un ejemplo de ese humor de calidad) cualquiera de una serie, obra de teatro o programa de tv y un verso de Krahe: te puedes reír con ambos, pero con Krahe te sientes más inteligente y con el otro más primario, más burdo. Pues eso mismo.
Los Simpson no es una serie de humor. Durante 10 temporadas fue mucho más. Fue - es - el creador de la réplica anticapitalista definitiva ("tendrá mucho dinero, pero hay algo que nunca podrá comprar: un dinosaurio"), es responsable del alegato anti-Trump definitivo varios años antes de que llegara a la Casa Blanca (NO A LA 24), es un providencial propiciador cinefílico (servidor vio El Resplandor, Alguien voló sobre el nido del cuco o El planeta de los simios a partir de Los Simpson), es la solución a nuestras dudas metafísicas (nunca vendas tu alma, y menos a Milhouse),  es un tratado filosófico (dos mendigos están bajo un puente, se hacen cosquillas el uno al otro con plumas mientras dicen "¿quién necesita dinero teniendo plumas?"), es un estudio antropológico (Kang le dice a Kodos en el capítulo especial de Halloween en el que una invasión alienígena es repelida por un Moe armado con una tabla con un clavo incorporado: "un día crearán una tabla con un clavo tan gordo que los destruirá a todos"), es un magnífico e insuperable engrasador de conversaciones ("como aquel capítulo en el que Lisa..."), es la vida hecha familia amarilla. Y por eso, y por muchas cosas más, tuvo que acabar hace, como mínimo, 18 temporadas.
Lo digo porque yo soy lo que Homer J. Simpson ha hecho de mí. Tengo licencia moral. Son casi 20 años dedicando una hora de mi vida a esta serie. Pido un final digno para la que fue la mejor serie de todos los tiempos. Por todos los simpsonistas, por Troy McCLure, por el Dr Marvin Monroe, por Murphy "Encías Sangrantes", por Rasca y Pica, por las bromas telefónicas de Bart a Moe, por los mocasines saltarines con la piel de dos mastines, porque el aliento del gato de Ralph huele a comida de gato, porque nuclear se dice nucelar, porque a la grande la llamamos Mordiscos, porque nadie piensa en los niños, porque no conquistas nada con una ensalada,y sobre todo porque nos manifestaremos como hicimos ayer,porque la fábrica es suya pero nuestro el poder.
Los Simpson ya no son Los Simpson. Por eso Homer debió morir hace mucho tiempo. Ese chicle ya no tiene sabor. Merece un final digno por tantas horas de entretenimiento y felicidad. Me voy a ver por nonagésimo séptima vez "El flameado de Moe". ¿De qué temporada es? ¿De la 22? No, de la 3. Que, por cierto, es la mejor de toda la serie, pero ese es otro tema.

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